Es un buen tipo mi viejo
que anda solo y esperando,
tiene la tristeza larga
de tanto venir andando.
Yo lo miro desde lejos,
pero somos tan distintos;
es que creció con el siglo
con tranvía y vino tinto.
Viejo mi querido viejo
ahora ya camina lerdo;
como perdonando el viento
yo soy tu sangre mi viejo
Yo, soy tu silencio y tu tiempo.
El tiene los ojos buenos
y una figura pesada;
la edad se le vino encima
sin carnaval ni comparsa.
Yo tengo los años nuevos
y el hombre los años viejos;
el dolor lo lleva adentro
y tiene historia sin tiempo.
Viejo mi querido viejo,
ahora ya camina lerdo
como perdonando al viento;
yo soy tu sangre mi viejo.
yo, soy tu silencio y tu tiempo.
que anda solo y esperando,
tiene la tristeza larga
de tanto venir andando.
Yo lo miro desde lejos,
pero somos tan distintos;
es que creció con el siglo
con tranvía y vino tinto.
Viejo mi querido viejo
ahora ya camina lerdo;
como perdonando el viento
yo soy tu sangre mi viejo
Yo, soy tu silencio y tu tiempo.
El tiene los ojos buenos
y una figura pesada;
la edad se le vino encima
sin carnaval ni comparsa.
Yo tengo los años nuevos
y el hombre los años viejos;
el dolor lo lleva adentro
y tiene historia sin tiempo.
Viejo mi querido viejo,
ahora ya camina lerdo
como perdonando al viento;
yo soy tu sangre mi viejo.
yo, soy tu silencio y tu tiempo.
El Cántico de los Ángeles
Todo estaba silencioso y oscuro. Era la medianoche.
La gente de Belén dormía. Todavía desconocían que
Jesús había nacido.
Pero, fuera, por las colinas de Belén, estaban los
pastores. Estos no dormían, vigilaban sus rebaños.
Habían encendido unas hogueras, alrededor de las cuales
permanecían sentados en silencio. Las ovejas estaban
acostadas cerca de ellos y dormían. Las estrellas
titilaban por encima de sus cabezas. El viento
murmuraba dulcemente sobre la hierba. Todo estaba
silencioso.
De pronto, los pastores fueron poseídos por un inmenso
temor. Se diría que el sol comenzaba a brillar; tal
era la claridad que se hizo. Y un ángel aparecía en
medio del blanco resplandor. Había bajado del cielo
aquel ángel.
Los pastores se asustaron muchísimo.
Pero el ángel les dijo: “ ¡No tengáis miedo! Porque
vengo a anunciaros una cosa que os causará mucha alegría.
El Señor Jesús ha nacido. El Salvador que vosotros
esperáis hace tanto tiempo. Y ha nacido en Belén.
¡Apresuraos a ir allá! No podéis equivocaros:
encontraréis al niño, vestido con unos pañales y
recostado sobre un pesebre.”
Al instante, de repente, otros Ángeles descendieron del
cielo. Había más de un millar. El aire estaba repleto
de Ángeles. Que cantaban un cántico muy bello:
los pastores jamás habían escuchado otro igual.
“¡Gloria a Dios en lo alto de los cielos!
¡Paz sobre la tierra!
¡Bienaventuranza entre los hombres!”
Cuando su cántico terminó, los Ángeles revoloteaban y,
cantando, subieron de nuevo al cielo.
Y el silencio retumbó sobre los campos de Belén. Pero
los pastores ya no se volvieron a sentar alrededor
del fuego.
Unos a otros se dijeron: “Vámonos deprisa a Belén.
Queremos ver esto que ha sucedido, eso de que nos han
hablado los Ángeles. ¡Ha nacido el Salvador! ¡OH, qué
maravilloso es esto!
Y corrieron veloces a través de los prados oscuros.
Abandonaron sus rebaños. El Señor cuidaría de ellos.
Llegaron a Belén y encontraron el establo. Allí
entraron sin hacer ruido.
Entonces vieron a María y a José, y vieron también a
un niño, igual que los que habían visto tantas veces.
Pero ellos ya sabían que no era un niño como los otros;
estaba acostado en un pesebre y envuelto en pañales,
tal como los Ángeles se lo habían dicho. No; ellos no se
podían equivocar: este era el niño de que les había
hablado el ángel. Este era el Salvador que había de
hacer felices a los hombres.
Los pastores se arrodillaron ante el pesebre y
adoraron al niño.
Y dijeron: “¡OH, niño, niño Salvador: que maravilloso
es que hayas nacido!
Nosotros no podemos ofrecerte ningún regalo. No somos
más que unos pobres pastores. Pero nosotros queremos
siempre pensar en ti. Queremos amarte siempre.
¿También nos harás felices a nosotros?”
Y enseguida contaron a María todo los que les había
sucedido en las colinas. Y luego volvieron a sus rebaños.
Caminaban a través de los campos oscuros cantando todos
a una voz, el cántico de los Ángeles:
“¡Gloria a Dios en lo alto de los cielos!
¡Paz sobre la tierra!
¡Bienaventuranza entre los hombres!”
Ellos no cantaban tan bien como los Ángeles; pero
cantaban de todo corazón. No podían dejar de cantar.
¡Estaban tan contentos!
Era el niño del pesebre quien les hacía felices.
Ángeles Santos
Pues andáis en las palmas,
Ángeles santos,
Que se duerme mi Niño,
Tened los ramos,
Palmas de Belén
Que mueven, airados,
Los furiosos vientos
Que suenan tanto,
No le hagáis ruido,
Corred más paso;
Que se duerme mi Niño,
Tened los ramos,
El Niño divino,
Que está cansado
De llorar en la tierra
Por su descanso,
Sosegar quiere un poco
Del tierno llanto;
Que se duerme mi Niño,
Tened los ramos,
Rigurosos hielos
Le están cercando;
Ya veis que no tengo
Con qué guardarlo;
Ángeles divinos,
Que vais volando,
Que se duerme mi Niño,
Tened los ramos.
Tu Angelito de la Guardia
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